Metafísica matrimonial
La sociología es una ciencia muy persistente, así pues, año tras año –y concluida la etapa estival– nos sitúa estadísticamente en el número de divorcios. Auguro que aumentan, como siempre. Un dato baladí, pues, ¿acaso resta sueño tamaña fruslería a alguien que no sea el obispo Cañizares o una cosa así? Abandonada la sociología y la teología, sólo cabe una salvación metafísica. El principio lógico de identidad (A=A) se expresa en el lenguaje natural con «todo objeto es idéntico a sí mismo». Este tipo de precisiones retrotrae a fundamentos rudimentarios del pensamiento, a saber: uno se divorcia cuando recupera su propia identidad de soltería. La pregunta más oportuna vendría a ser qué mueve al ser humano a casarse, a modificar su esencia soltera, a sabiendas de la naturaleza del matrimonio, tan añejo, patriarcal, soporífero.
La pérdida de identidad que supone casarse reluce con todo su esplendor en las vacaciones, un golpe de realidad demoledor. El capitalismo –fundamentado en algo tan podrido como la familia– se encarga de distraer a las personas, bien sea con la hipoteca, la factura de la luz o los retoños. El trabajo impuesto por el capital dignifica a las personas, pero, ¿por qué? Básicamente porque el yugo de la jornada laboral asfixia de tal manera que uno se olvida de sí mismo y todas las miserias con las que carga en su haber existencial. Esto se desmorona con el verano, pues, como quien rompe las cadenas de la caverna platónica, accede a una realidad bien distinta, nada que ver con la inteligible del mundo de las Ideas, sino más bien con la cochambre propia. Somos miseria pura, podredumbre, aunque se disimula si uno apenas tiene tiempo de respirar. Las vacaciones devienen el espejo de un monstruo fabricado por el capital. Estamos alienados, en efecto, de ahí esa adicción planetaria a la vorágine playera: la sangría, el chiringuito y Georgie Dann como fundamentación metafísica a nuestra porca miseria.
El matrimonio es una entelequia inventada por la moral del rebaño. La sociología nos recordará en breve que hace aguas y todo seguirá su insignificante rutina. En verano 2020 aquí seguirá Urbi et orbe. El eterno retorno nietzscheano en todo su esplendor. No sé si hay salvación posible. No sé tampoco qué pensaría el maestro G. Deleuze de todo esto. Él nos regaló una bomba filosófica a través de su célebre máxima «bodas pero no matrimonios». La muchedumbre sigue fiel a su mantra existencial: sangría, chiringuito, Georgie Dann; sangría, chiringuito, Georgie Dann; sangría… Y en el 2080 la sociología recordará otra vez que aumentan los divorcios tras el verano. En fin. Sangría, chiringuito, Georgie Dann…