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    ¡Niños no!

    He sido víctima en no pocas ocasiones de la idiotez moral de progenitores impertérritos ante la escandalera de sus vástagos. Cierta noche cené a todo gas y en silencio sepulcral para largarme a otro lugar. Imposible dialogar rodeados de una multitud abigarrada de críos vocingleros. Compartíamos terraza (es un decir) al aire libre, mientras, sus arteros padres, cenaban sosegadamente en el interior del local, ajenos al barullo y haciendo suyo aquello de «ojos que no ven…». De poco sirvieron varias quejas al camarero, quien, apurado y avergonzado, no sabía cómo mediar ante la impasibilidad de esa desdeñosa chusma causante de tal tragedia gastronómica (los padres, es otro decir). Parece injusto…