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Inteligencia patriarcal

Escribo estas líneas durante la final de la Eurocopa, domingo noche. El contador de mujeres asesinadas esta semana marca cinco, cuatro de ellas en 24 horas, durante el fin de semana, como esos goles marcados en el último momento. Cinco vidas de mujeres intrascendentes, o eso parece, porque, si te matan en medio de la euforia futbolera, o cuando rasguñan a Donald Trump, te marginan a una nota a pie de página en sucesos. El honorable «señoro» ha sufrido un atentado y los medios se empeñan en conceptualizar bien, ¡faltaría más! ¡Atentado, atentado! ¿Y cómo nombrar una realidad tan ignominiosa, indecente e insoportable como la de cinco mujeres –repito, cinco– asesinadas por ser mujeres? Terrorismo machista, atentado patriarcal o violencia contra la mujer, ninguna conceptualización impacta entre una ciudadanía anestesiada por cualquier cosa. Parece que siempre hay algo más noticiable y primordial que arrebatarle la vida a cinco pobres desdichadas. Eurocopa sólo tenemos una y las mujeres abundan, las hay a montones, ¿verdad?

Oigo ruido en la calle. Me asomo al balcón por si fuera la furia social que reclama un mundo libre de violencia patriarcal. El griterío y la avalancha de gente vocifera delante de una pantalla gigante que transmite el partido de fútbol de la final. Los ayuntamientos buscan contentar a la multitud, ampliamente masculinizada: ambiente festivo, calles engalanadas, música, actividades infantiles… El fútbol es tan sagrado como la masculinidad patriarcal, deviene mecanismo de socialización entre iguales, los varones. Ninguna institución propone ni ese mísero minuto de silencio en la Eurocopa, pues, a fin de cuentas, amargaría el jolgorio y, ¿qué tiene que ver el asesinato de las mujeres con un partido de fútbol? Ahora importa el contador de goles. El de muertas, si acaso, otro día. Multitud de hombres ruidosos se concentran en la Plaza de Colón de Madrid. Se agolpan esperando celebrar los goles, y entre tantos, muchos, a buen seguro, negacionistas. ¿Y maltratadores, puteros o asesinos? La máscara de la masculinidad hegemónica o tóxica oculta la violencia y robustece el silencio cómplice. Los varones entienden de complicidades cuando quieren defender su sacralidad. Ahí están, codo con codo, eufóricos, ufanos, orgullosos, ¿de su masculinidad patriarcal? ¿De la Eurocopa? ¿Por qué les une la alegría futbolera y no la lucha contra el terrorismo machista? Y aquí nadie se salva. Alcaldes de izquierda o derecha y todo tipo de hombres públicos muestran su compromiso con la Eurocopa, aspavientos mediante, aunque, respecto a la violencia machista, o guardan silencio o usan palabras chiquitas. ¡Lo dan todo! ¡Por la masculinidad, quiere decirse!

Echo en falta no darle clase a mi alumnado. Me gustaría explicarles que el feminismo busca y lucha por un mundo en igualdad entre hombres y mujeres. Que no tengo nada en contra del fútbol pero sí de la masculinidad, de las fratrías, de los gobernantes que dan poderío y visibilidad a la Eurocopa por ser el espejo de la inmensa mayoría de hombres mientras invisibilizan e ignoran a las víctimas de terrorismo machista. La euforia de la Eurocopa eclipsa la desdicha de cinco pobres mujeres salvajemente asesinadas. Falta furia, sobra euforia machista. Esto me lleva a pensar que, en tiempos de tanta inteligencia artificial y poca natural, la que predomina es la inteligencia patriarcal.

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