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    Mascarilla

    Me quedé sin mascarilla pero no me quita el sueño. Otra cosa son las profesionales de la Sanidad y los hospitales, quienes deberían tenerlas por doquier. La mía, en verdad, es una mascarilla mental. La puse en mi cerebro a modo de profiláctico. Hace el mundo más llevadero, créanme. Centrifuga la realidad, procesa la barbarie, recicla a los pedorros y da inteligibilidad a la estulticia. Con todo, cuesta dilucidar el absurdo proceder de aquellos humanos –supuestos, mejor– acaparadores de mascarillas. Las compraron analmente, como el papel higiénico –misterio que abordaré en otro momento– y ni siquiera empatizan compartiéndolas. Puro egoísmo, miseria moral, podredumbre existencial. Ahí tienen a la ciudadanía china…