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Gustavo Bueno, a mi pesar

Coincidí en Sevilla con Gustavo Bueno en el XL Congreso de Filósofos Jóvenes. Ya era toda una institución en esa primavera de 2003. Contaba con obras de referencia como El animal divino o El mito de la cultura. Entonces nacía el Bueno mediático, su homónimo hijo aparecía asiduamente en los debates de Canal 9, muy dado a disertar sobre Gran Hermano, la telebasura o el terrorismo. De hecho, mi estimado F. Sánchez Dragó grabó allí un programa de Negro sobre blanco, dedicado a la religión, con la presencia de Bueno, José Antonio Marina y Manuel Fraijó. En Internet podrán disfrutarlo o padecerlo, tal fue mi caso, por los insultos y la mala educación de Bueno hacia sus interlocutores. Innegable que Bueno creara una escuela de pensamiento, algo evidente cuando acudía a todos los foros con su cohorte de palmeros. La mayoría muy fieles en cuanto a pensamiento y modos grotescos. Su materialismo filosófico delimitaba las fronteras de la filosofía a pura materia, de ahí tanta ira y desprecio ante la Ética, los Derechos Humanos o la democracia. Se reía con arrogancia e hipotética superioridad moral del pacifismo, defendía la pena de muerte y la violencia, así como de nosotros los feministas, y no digamos de los defensores de los derechos de los animales, a los que insultaba sin pudor. Quien esto escribe fue objeto de sus críticas y mala leche, algo que despertó en mí cierta ojeriza hacia su persona, si bien es cierto que su indigesta obra siempre me resultó soporífera por su lenguaje lóbrego e ininteligible. Detestaba a Ortega y Gasset y a toda la filosofía española en general, por lo que nunca aprendió nada de autores tan nítidos, tan artesanos de la palabra como Unamuno, María Zambrano o el propio Ortega.

No es mi modo de vivir ni sentir la filosofía. Pero es la cosmovisión de la filosofía de Bueno, a mi pesar.

Despreciaba la poesía, el alma y la inmortalidad. Se mofaba de quien creyera en el amor o cualquier otro valor porque, a su juicio, sólo hay materia. Todo podía reducirse a una explicación científico-materialista. Con todo, Bueno muere dos días después de su esposa. Ella a los 95 años. Él a los 91. Para alguien que, como yo, no cree en la casualidad, sino en la causalidad, esta historia esconde un misterio que ni la ciencia ni el materialismo podrán explicar. Bueno se enfandaría y diría que lo mío es pura literatura, delirio, mitología. A su pesar, e incluso a pesar de que nuestros mundos son antípodas, echaré de menos ese viejo gruñón que, respetándolo desde la distancia, supo contruir y defender la filosofía. No es mi modo de vivir ni sentir la filosofía. Pero es la cosmovisión de la filosofía de Bueno, a mi pesar.

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