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Poesía y playa

Estamos en pleno estío, amigos. Tediosas horas y días para nosotros los sabios, por cierto. El bochorno casa mal con la erudición. Si mundaneas asumes que la tónica habitual de la masa persevera en la estulticia, de manera que sales ganando si dejas de otear la realidad. Abunda legión de individuos muy hábiles en la haraganería y la ociosidad. Su dejadez existencial engrandece obras, ideas, poesías y biografías insólitas, nada habituales entre el común de los mortales. ¡A ver si Hegel iba a escribir Fenomenología del espíritu alquilado en el típico cochambroso apartamento de playa! No sé si el CIS ha diseñado algún estudio sobre la vulgaridad, pero, ¿acaso cabe la posibilidad de vida inteligente entre quienes se rosten cual pollos asados? ¡Difícil!

Recuerdo a Rafael Alberti cuando vislumbro tanto idiota entre toallas y chiringuitos. El poeta escribió El mar. La mar, solemne evocación bucólica: «El mar. ¡Sólo la mar! ¿Por qué me trajiste, padre, a la ciudad? ¿Por qué me desenterraste del mar?» Hoy el gentío pasa de estas cursiladas, sobremanera los turistas: tumbados cual sapos embadurnados de crema y sin ningún sentido ético ni estético por algo tan majestuoso como el mar, la mar. Pero Alberti, como Hegel, ha pasado a la historia. Casi nadie los recuerda ni admira, aunque siempre nos quedará Wikipedia y esos raros profesores de filosofía o literatura ajusticiando a los genios. Genios, insisto, que nunca pisaron la playa, pero sí descubrieron horizontes con su poesía, el mar y la filosofía.

Es lo que tiene dedicarse a la poesía y a la cultura, que uno desencaja en el hábitat pedestre. 

Mi amiga Pilar Pardo carece de sentido turístico. Viajera intrépida, huye a lugares paradisíacos, de ahí que este verano se la pire a Sri Lanka. Es lo que tiene dedicarse a la poesía y a la cultura, que uno desencaja en el hábitat pedestre. Me pregunto qué ocurriría si algún día las playas quedaran desiertas y la gente transitara con un poemario de Alberti bajo el brazo. A la espera de utopías, nada nuevo bajo el sol y la playa. Más de lo mismo: el paisaje estival cañí usual desde los 60 propio de las películas de Alfredo Landa. Para que luego digan que la poesía no es terapéutica. ¡Más que la playa!

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