El anónimo
Otro disgusto a causa de esa indecorosa moda de colgar fotografías impropias y «espontáneas» en las redes. Abro el Facebook a ver qué dicen mis amigas feministas, el único aliento virtual -sabio, crítico, productivo- en donde uno aprende, disfruta y alimenta su espíritu filosófico. El caso es que bajas la guardia y te llega información basura, ya sea de esa madre abnegada que presume de la graduación de su hijo, el primo tonto que cuelga una estampa suya en el gimnasio, la abuela luciendo olla exprés y tal. Me molesta recibir tal bombardeo de datos espurios, como en esta ocasión, enterarme de la cena del grupo de pilates de un compañero de trabajo. Nada tengo en contra de semejante método gimnástico, ni mucho menos de quienes lo practican sean o no de mi gremio. Pero, ¿por qué no pregonar el derecho a la intimidad, a la imaginación y el desconocimiento concebidos como valores inviolables?
A diario fantaseo con la vida personal de quienes me rodean.
A diario fantaseo con la vida personal de quienes me rodean. También de otros muchos anónimos, quienes comparten espacios habituales -el instituto, la vecindad, la señora fea que toma café en la barra- y a los que me siento en deuda porque estimulan mi imaginación y neuras recónditas. Alimentan mi transitar vital, enriquecen algo tan valioso -y olvidado- como el poder de la inventiva, el músculo de la ficción. ¿Cómo salvaguardar entonces mi derecho a evitar montañas de mensajes banales, inútiles? En lo que se refiere al caso antedicho, ahora me cuesta suponer que el compañero esconda un alma asesina. Se puede ser profesor de Lengua Castellana y psicópata, pero, ¿practican pilates los lunáticos? La dichosa fotografía desmorona mi yo novelesco. Pregunto a mi amiga Pilar Pardo si sabe dónde denunciar esta suerte de terrorismo literario, algo que desconoce pese a su experimentada trayectoria como consumidora rebelada. Pilar carece de perfil virtual alguno, cosa que la convierte en invisible, al menos en un plano consciente, pues, ¿quién sabe si su vida de carne y hueso se proyecta en internet, ignorándolo ella misma? En tal caso su propia existencia pulularía en el planeta independiente a su voluntad. Toda una disquisición filosófica que dejamos para otra ocasión.
Por el momento propongo una asociación de amigos del anonimato. El patrón será Lazarillo de Tormes, por eso de la hipocresía y los vicios de la época, también por tratarse de una obra perseguida. Así se siente al menos su socio fundador, quien esto firma: fugitivo de la toxicidad virtual, hastiado de imágenes de cenas que me la traen al pairo, a la espera de un milagro del Cristo de los anónimos afligidos.