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Tráfico de seres humanos

Hay noticias que, por su cercanía, cuestan digerir. Si ya es injustificable todo maltrato, la explotación y la violencia, ¿qué decir cuando tanta iniquidad ocurre a las puertas de tu casa? Me pregunto esto a tenor de la noticia publicada el pasado jueves en Levante-EMV: una organización criminal explotaba a doce personas que vivían hacinadas en pisos de diversas localidades, entre ellas Sueca y el Mareny de Barraquetes. Tráfico de seres humanos en toda regla, a (sin)razón de sueldos de 39 euros mensuales como ¿trabajadores? Condiciones de vida insalubres, violencia física, psicológica y laboral. Hasta aquí otra noticia a contabilizar entre las infinitas que ejemplifican la miseria moral de la humanidad. A buen seguro que bastantes lectoras y lectores pasarán página de este diario sin aspavientos, gesto propio de nuestro tiempo, pues, en esta época tan agresiva, recibimos las noticias como balas indoloras. Nos hemos acostumbrado a disparar a diestro y siniestro: disparamos palabras, disparamos indiferencia, disparamos odio,  disparamos apatía moral, disparamos nuestras propias miserias.

A mí me preocupa los implícitos, aquello imperceptible a los ojos de las personas.

Me produce desasosiego que, en mi supuesta zona de confort, pasen desapercibidos indicadores de una pésima humanidad. ¿Nadie sospechó de esta explotación pública? Si trabajaban en el campo, pongamos por caso, ¿quién se preocupó por preguntar, indagar o saber sus condiciones? Si vivían hacinados en pisos, ¿dónde estaba el vecindario? ¿No se daban los buenos días en el ascensor? ¿Nadie preguntaba qué tal? Supongo que las personas explotadas nunca pisarían un bar, o la panadería o el mercado central. Esto, desde luego, ya es un lujo para muchas y muchos en nuestra enferma sociedad precaria en la que, si trabajas y no te explotan, ya perteneces al club del neoliberalismo feliz. Así que, supongo, cabe la dicha porque hemos desmantelado el tráfico de seres humanos en la Ribera. La noticia, desde luego, disminuye la porquería moral en la que vive asfixiada nuestra insoportable realidad. A mí me preocupa los implícitos, aquello imperceptible a los ojos de las personas, esto es, qué sociedad me rodea, si la gente con la que coincido en la cafetería es real o un cadáver metafórico (quién sabe si real). ¿Miran más allá de sus ombligos e inquietudes periféricas?

Por ahora, todo apunta a una Ribera en simetría a la inhumanidad. Siempre pensé que las miserias eran mayores en las grandes urbes. Que cuando uno vivía en Sueca -y no digamos en el Mareny de Barraquetes- la empatía, la cooperación y la solidaridad aumentaba en tanto que los vínculos afectivos se estrechan. Pero nada escapa, o eso parece, a las fauces de la precariedad existencial. Apatía moral, falta de compromiso, desafección humana, egolatría pueblerina, nula empatía y pereza por atreverse a saber, tales parecen algunas de las otras miserias de nuestra especie. El tráfico humano es terrible. Tanto como los síntomas por los que éste es posible. Si algo así nos pasa desapercibido, ¿qué esperamos de la humanidad? ¿Qué de nuestro vecindario?

 

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