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Tus hijos, mi decisión

Y tus hijas, también, mi decisión (por usar un lenguaje inclusivo). La campaña ultraconservadora que anima a los padres (de las madres nada se dice) a protegerse de la «ideología de género» deviene terrorismo intelectual y moral contra el profesorado. Quien esto firma, sin ir más lejos, adoctrina a diario con tal ideología, que no es otra que la feminista, aquella que busca –desde hace cientos de años– la igualdad entre hombres y mujeres. Una ideología, por cierto, que adecenta –y mucho–  la abundante miseria humana. Si nos dejamos la piel en las aulas buscando una sociedad libre, igualitaria, diversa, respetuosa, justa e ilustrada, ¿qué problema tienen con nosotras y nosotros estas familias pacatas, puritanas, retorcidas y prehistóricas? Los inquisidores se inventan ahora el fantasma del PIN parental, pues consideran que los padres (supongo que igual con las madres) deciden la educación de sus hijas e hijos. ¿Cómo? ¿Y eso? ¿Desde cuándo? No conozco, que yo sepa, ninguna familia objetora –por decirlo con una palabra demasiado digna para tanta penuria mental– a las fracciones algebraicas o a los polinomios, sea lo que sea una cosa u otra. ¿Por qué entonces tanto empeño en dilapidar la inclusión?

El sistema educativo cuenta con las familias. Ahora bien, esto es una hipérbole en toda regla. Las familias las carga el diablo y este «adoctrinador» de bandera jamás respetará a cierta especie de progenitores: esos que adoctrinan a sus hijas e hijos imponiéndoles su visión simplona y cerrada del universo. Enemigos de la sociedad abierta, inventan lemas ridículos como «No es violencia de género, es violencia doméstica», «Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva, que no te engañen» o ahora «tus hijos, mi decisión». Este último resulta muy significativo. Consideran que los hijos y las hijas son de su propiedad –cosas del capital, ya saben– y creen disponer de carta blanca para educarlos a su antojo. Que uno educa en la diversidad afectivo-sexual, pues se protesta y exigimos sacarlos del aula. ¡Es que son nuestros hijos!, dicen estas mentes bobaliconas. Todo un desprecio y ninguneo al profesorado, ¿no creen? Siguen en la época franquista, cuando la escuela –en su mayoría– ordenaba las cosas y dictaba –con violencia, si se terciaba– un pensamiento único. Lo normal y lo anormal se regía por una imposición totalitaria sin que nadie rechistara. Justo quienes desprecian la democracia se sirven de ésta para reivindicar extrañas libertades pedagógicas. Disfrutaron con aquella vieja escuela excluyente y segregadora. La añoran y en ello están.

Haré mío su lema reconvertido a «tus hijos, mi decisión». Sí. Seré yo quien decida qué impartiré en mis clases. Siempre amparado por la legislación, los Derechos Humanos y la libertad de cátedra. Soy autoridad y no pienso sucumbir a la mente retorcida de cuatro gañanes sin pedagogía, saber ni ética. La misión de la educación –o de la filosofía, que diría el maestro G. Deleuze– es denunciar la bajeza en todas sus formas. No cabe más estupidez en las aulas y serán tus hijos e hijas, pero, mientras estén conmigo, siempre, absolutamente siempre, será mi decisión impartir unos contenidos inclusivos, feministas, diversos, críticos y en los que jamás cabrá vuestra indigencia mental, el puritanismo ni el adoctrinamiento fascista. Llegan tiempos oscuros. Los docentes debemos combatirlos a diario en las aulas.

Publicado en el periódico Levante-EMV:

https://www.levante-emv.com/opinion/2019/10/04/hijos-decision/1929317.html

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