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La violencia sexual no es una fiesta

Uno confía y mucho en las políticas públicas, tan necesarias, tan oportunas, tan urgentes. Considero insuficientes, por defecto, cuantas acciones desarrollemos contra la violencia machista. Necesitamos más, muchas más. Todas valen la pena si su objetivo busca prevenir, sensibilizar, detectar y erradicar las violencias que sufren las mujeres por razón de sexo. Pero también que sean radicalmente efectivas. La violencia sexual, por referirme solo a una, aumenta por el consumo de la pornografía entre otros factores como la ausencia de educación afectivo-sexual en las aulas. Del abuso sexual infantil apenas sabemos nada. ¿Y qué decir de la insoportable normalización de la prostitución? El sistema prostitucional, como industria, representa la mayor escuela de desigualdad humana ya que «enseña» a los jóvenes a disponer sexualmente de las mujeres. Un profesor como yo dirá en su instituto a un alumno: «hombre y mujer somos iguales»; cuando sale a la calle el Patriarcado y el Estado proxeneta destruye mi mensaje: «bueno, los tíos pueden ser puteros sin perder su honorabilidad como catedráticos, médicos o estudiantes». Así las cosas, el machismo saca músculo y el feminismo, en ocasiones, se diluye como el azucarillo.

Como el azucarillo se diluye también el mensaje contra la violencia sexual que sufren niñas y mujeres cuando los puntos violeta se disfrazan de mercadillo: chapas, pegatinas y escenario de fotografías (photocall, si prefieren el anglicismo)… Defiendo firmemente los puntos violetas, según el propio Ministerio de Igualdad, «instrumento para implicar al conjunto de la sociedad en la lucha contra la violencia machista y extender, de forma masiva, información necesaria para saber cómo actuar ante un caso de violencia contra las mujeres». Ahora bien, me resulta insostenible defender a quienes desvirtúan su función, la caricaturizan y desprenden de valor un instrumento muy valioso como referencia, prevención y ayuda ante cualquier violencia que sufra una niña o mujer. Pongamos nombres y apellidos aunque luego se enfaden conmigo. ¿Cómo es posible que en festivales como Medusa, en Cullera, se desconozcan las actuaciones de ese punto violeta terminado el evento? ¿Por qué se informa a los medios de su presencia pero nadie comunica datos? ¿Y qué cabe entender cuándo en ése u otro festival informan de que no ha ocurrido «nada relevante»? ¿Qué todo fue pacífico y libre de violencia? ¡Qué cosas! Estoy seguro de que esos puntos violetas, tan necesarios, podrían cumplir mejor su función. Tengo serias dudas de que haya detrás profesionales aunque me consta que alguna vez las hubieron. A quienes se dedican a un asunto tan importante, les rogaría que pongan en esos puntos violetas a las mejores profesionales, bien pagadas y con máxima actitud alerta. En una ocasión me llamaron para trabajar en uno y me negué. En primer lugar, porque no me considero suficientemente preparado. Luego, porque pagaban a 5 euros la hora. Y como remate me dijeron que «se paga poco porque disfrutas del festival». ¡Cáspita! ¿No se supone que estoy trabajando? ¿O quizás menos de lo que parece en el mercado neoliberal que contrata mediocridad y no profesionalidad?

La razón de ser de los puntos violetas me parece más que justificada. La violencia sexual no es una fiesta. Uno llega a pensar si todo aquello feminista acaba desvirtuándose por un interés patriarcal en restarle valor a la lucha contra la violencia machista. El día de la visibilidad trans el colectivo LAMBDA reivindicó un protocolo para los centros educativos de la Comunitat Valenciana. ¡Y ya me pareció el colmo! ¡Si tenemos guardado en un cajón el Protocolo de actuación ante la Violencia de Género en los centros educativos de la Comunitat Valenciana: prevención, detección e intervención! ¡Si todavía tenemos una deuda pendiente desde la escuela con las víctimas de violencia de género! ¡Y con sus hijos e hijas! Considero inaceptable tanta mercadería e indiferencia con el feminismo y la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres. Defenderla y practicarla es otra cosa distinta.

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