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Injusticias en Infantil

En el colegio no le cambiarán el pañal a una criatura de tres años, o según el caso. La ratio de niñas y niños condiciona este asunto, el cual, según me informan, recae en la responsabilidad de sus progenitores. He indagado y me consta que hay colegios que asumen la tarea de cambiarlos, casi siempre cuando se trata de pueblos sin aulas masificadas. En el peor de los casos, se opta por quitar el pañal antes de tiempo, cuando la criatura no tiene todavía control sobre los esfínteres, algo que tendrá repercusiones en su madurez. En El lenguaje del cuerpo de Alexander Lowen encontrarán orientación epistemológica. La escuela que impone sus prácticas sobre los cuerpos, sometiéndolos y negando su propio desarrollo natural, es una escuela carcelaria, represora, inhumana: «Estamos perdiendo de vista la naturaleza del niño humano. Son seres que necesitan contacto, intimidad, juego, momentos de ‘no hacer nada’, de estar ‘a upa’ porque sí. Merecen respeto en sus ritmos de sueño y de vigilia, estar con el otro y permanecer… En fin, ser bebés», siguiendo a Laura Gutman en La maternidad y el encuentro con la sombra.

La escuela que yo veo deviene fábrica neoliberal capitalista. Cuando el carácter anal se forma –algo relacionado con quitar el pañal prematuramente– aparecen adultos anales, gente que acumula, incapaz de compartir, retiene, nunca colabora. Reivindico con Chantal Maillard confiar en el animal que somos, algo que olvida la sociedad y un sistema educativo marcado por el Fondo Monetario Internacional. Por si fuera poco, exigir a padres y madres que acudan a cambiar a sus hijas e hijos no es más que otra discriminación sobre las mujeres. Se sabe que apenas habrá padres que se ocupen de esa dificultad, del mismo modo que las estadísticas de maestros en Infantil señala la casi inexistencia de varones en esta etapa educativa. Y, ¿qué ocurre cuando la madre trabaja lejos del colegio o guardería? Se lo diré. La obligación recae en la abuela, siguiendo la escala de discriminación «natural» en la clase social y económica más explotada: la mujer. Así, pues, la aparente medida «naturalizada» en las aulas de Infantil perjudica, no sólo a las propias criaturas, sino también a esas mujeres que no cuentan con el don de la ubicuidad o con otras cómplices que las ayuden en la crianza.

Me gustaría también denunciar la injusticia que supone esta medida anti-pañales por lo que supone a mujeres inmigrantes o con dificultades económicas, ausentes durante largas jornadas laborales en las que son explotadas por el capital, mientras, en los colegios nadie piensa en ellas ni en los avatares de su vida. Por eso no entiendo la inmovilidad de las propias maestras, quienes deberían actuar en pro de una educación humana, igualitaria y feminista. También en defensa de las muchas madres afectadas por esta medida ignominiosa. Los padres, por supuesto, deberían sumarse a la causa, pero, ¿están? Las instituciones públicas sólo actuarán si hay presión, pancartas y protesta social. La pérdida de conciencia de clase –como la pérdida de nuestra sana animalidad– engendra monstruos. Hagamos algo por el bien de nuestras criaturas y el de tantas familias y mujeres explotadas por un sistema educativo enfermo, indecente, machista.

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