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Nuestros muertos

Desayuno a diario con la edición en papel de Levante-EMV. Siempre ha sido el primer placer cotidiano. El recorrido de mi casa al quiosco no supera los dos minutos de trayecto. Cada día encuentro gente haciendo cola en las panaderías. En las farmacias, en el supermercado. Hay mucha «disciplina social», palabreja en boca de muchos rescatada –sospecho que de algún manual amarillento de ética– por el presidente Pedro Sánchez. Resuena como un mantra en alcaldes apocados, fuerzas de seguridad, tuiteros… Pues bien. ¿Hasta dónde llega su alcance? ¿Deslegitima la «disciplina social» cualquier conato de vigorosidad ética en pro de la dignidad humana?¿Es un síntoma de salud social u obediencia suicida? 

La disquisición viene a cuento de la vuelta al trabajo en plena pandemia. Uno se gana el pan con el sudor de su frente, pero nada de pasear o hacer deporte. El PIB pesa mucho, o eso parece. Y esto resulta obvio cuando se nos impide enterrar a los muertos. A los nuestros, casi 22.000 a fecha de hoy. Nuestros en tanto que, si bien sus biografías se diluyen en cifras, sentimos la tragedia de cada familia y amistades, considerándola parte nuestra. Sólo tres personas máximo asisten a un entierro por imperativo del estado de alarma. Aquí no sirve ese dicho de «donde comen dos, comen tres». Hasta tal punto que si el difunto o difunta tiene tres hijos y una pareja, alguien se queda en la puerta del cementerio. Huelga decir que sobran hermanas, cuñados e íntimos. Podrían pensar que si el responsable de acceso al camposanto hiciera un poquito la vista gorda, una familia completa despediría a su ser querido, honrándolo como merece, suponemos, algo esencial en el proceso de duelo. Al fin y al cabo, ¿quién se daría cuenta? E incluso si así ocurriera, ¿sería usted quien reprendería al funcionario? ¿O a los «imprudentes» familiares compungidos? ¿Se sitúa de parte del PIB o de la empatía?

Es aquí cuando aparece nuevamente la «disciplina social». El funcionario del cementerio actúa con disciplina férrea. ¿O era social? Así consta por infinitos testimonios. Se acatan órdenes y sanseacabó. Las órdenes están para cumplirse y, a fin de cuentas, enterrar a los muertos, a nuestros muertos, forma parte de la dimensión humana, emocional, psicológica y espiritual de las personas. Esto, ya saben, poco repercute en el PIB. Como tampoco la repercusión mental y anímica –frustración, ansiedad, culpabilidad– que a buen seguro desencadenará la ausencia de despedirse de los suyos, de los nuestros. Estaría bien que alguien nos hiciera entender cómo es posible que el BOE permita tanto desgarro e inhumanidad, mientras a la vuelta de la esquina la gente compre su barra de pan y trabaje –incluso en El programa de Ana Rosa, cosa que tambalea el verbo trabajar. Que se aporte alguna explicación creíble, por favor. Aunque sea por «disciplina social».

https://www.levante-emv.com/opinion/2020/04/26/muertos/2005318.html

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