Gana el capital
Desconozco si seré el único obrero exhausto con la «nueva normalidad». No alcanzo a comprenderla. Como la ciudadanía vago entre una realidad indigesta, contradictoria, insostenible. La insoportable levedad del ser llega poderosa y ufana para quedarse. Pregúntenselo a la juventud, a su médica de cabecera o a ese proletariado ninguneado. Sociología de proximidad, nada que ver con sectas universitarias al servicio del poder. Uno se despierta a las seis de la madrugada y enciende el móvil en busca de respuestas. Necesito información, evidencias, datos empíricos sobre la realidad. El ser humano busca su propia brújula, saberse a qué atenerse antes de levantarse de la cama. Todo anima a permanecer en ésta. Puesto que el Capital no se detiene, indiferente a pandemias u otras miserias, nadamos entre la vaguedad e imprecisión propia de una época pasmosamente ignominiosa.
Se busca normalidad. Razón: el sentido común. La susodicha se evaporó años ha. El coronavirus en sí sólo ha contribuido a dejar en evidencia un orden social, moral, político y económico insostenibles. El capitalismo terminal desarrolla diversas patologías. Hemos trabajado, explotado y pervertido la humanidad por encima de nuestras posibilidades. Un sistema educativo carcelario, una administración pública kafkiana, salarios paupérrimos, negocios y chiringuitos privados, cadenas hipotecarias, la (auto)explotación, la falta de apoyo mutuo, sacos de codicia a raudales, el desinterés por repartir la riqueza, cayetanos y «cuñados» entre y mediante, la sacralización de la maldita propiedad privada, demonización del decrecimiento y una naturalización individualista del «sálvese quien pueda». Semejante trágico escenario, el nuestro, aboca a reorganizar el mundo de la vida. Deberíamos replantearnos incluso la forma de respirar, si bien la imponente y dramática realidad anticipa que sólo la destrucción de la humanidad hace posible un planeta sostenible. Se trataba de evolucionar nuestra especie elegida, ¿verdad? ¿Y quién puso empeño en tal propósito?
De nada sirvieron los aplausos ni el ridículo «todo saldrá bien». Quien esto firma sólo vitorea a E. M. Cioran y a Raphael. Cada uno tiene sus dioses, punto en boca. Por eso nunca me asomé al balcón. Ni lo haré. Más filosofía radical y menos ruido. Ya basta de mediocridad existencial. ¡Adiós al buenismo! Silencio, ¡a pensar! En construir una normalidad humana y no psicótica, el planeta habitable añorado, un orden social solidario y un proyecto de vida que ponga en el centro a las personas y no a la demencia. Más pensamiento crítico y menos boñigas. ¿Nadie se percata? Siempre gana el Capital.
https://www.levante-emv.com/opinion/2021/02/06/gana-capital-34143561.html