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Un lunes cualquiera

Hubo un tiempo en que los domingos eran domingos. Sentías esa agradable  desconexión del mundanal ruido; una indescriptible sensación soporífera, genuina, grandiosa. Ahora se (des)vive con prisas. Decimos vivir por decir algo, sobrevivimos, se malvive. Sigue vigente el diagnóstico del filósofo rumano E. M. Cioran: «toda clase de prisa denota algún desarreglo mental». En la misma línea, F. Nietzsche, otro agitador de conciencias, odiaba al «hombre moderno» por su existencia inauténtica, apresurada, acorde a los dictámenes de la modernidad. En su obra El crepúsculo de los ídolos recuerda que «se ha de aprender a ver y se ha de aprender a pensar. Aprender a ver implica habituar el ojo a la calma, a la paciencia, a dejar que las cosas se nos acerquen; aprender a aplazar el juicio, a rodear y abarcar el caso particular desde todos los lados». La conocida como «generación pantalla», idólatra de influencers, youtubers y tal, ignora el valor del aburrimiento, la lentitud, el degustar placeres cotidianos como la lectura o conversar. Nativos digitales habituados a navegar por Internet aunque incapaces de pisar el planeta común. Quienes la consideran una juventud muy preparada, ¿a qué se refieren? Preparada, ¿para qué? 


Siento que la generación millennial pulula desconectada de la añorada revolución contra el capitalismo. Nos roba el tiempo, la energía, la paciencia. El capital y la juventud, digo. Te envían un correo electrónico  horas antes del examen. ¿Sabrán que es domingo? Si no respondes, ¡te señalan! O te preguntan in extremis desde las redes sociales. En clase insistes en si alguien tiene dudas. Pero, ¿dudas? ¿De qué? El profesorado atiende a estos chavales a través de plataformas oficiales, se dice que para «conectar» a cada docente con sus pupilos. ¿O para entretenernos? Semejante propósito te convierte en un cyborg. Conectado 24 horas a un dispositivo que te bombardea con trabajo, preguntas, problemas, inseguridades, despropósitos, quejas, neuras. Se invade tu sagrada intimidad, ese momento en que nadie franquea la puerta de tu casa. Hoy entran todos a tu hogar sin invitación. Se desacredita a quien reivindica su derecho a la mismidad, a no responder wasaps invasivos, a vivir cual poeta y su carpe diem, a saborear los fines de semana y festivos entendidos como una derecho inalienable dador de dignidad humana. No sé si recuerdan aquel tiempo en que uno distinguía el lunes del domingo. Por eso reclamo desde esta tribuna la imperiosa necesidad de recuperar los días de asueto robados. Esa grandeza humana en la que uno entiende que después de cada domingo llega un lunes cualquiera. Recuperar esos lunes cualquiera y su sabor a lunes. Cualquier día volverán los lunes cualquiera, ¿o no?

https://www.levante-emv.com/opinion/2021/03/01/lunes-36303402.html

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