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La hora de la verdad

Tomo prestado el título de esta columna de un libro de la escritora Rosa Regàs: La hora de la verdad. Una mirada a la vejez. La senectud es una etapa importante de la vida, olvidada, en general, por una sociedad capitalista que postula la eterna juventud. Con todo, la jovialidad –como el vitalismo– depende del espíritu, la ilusión y los proyectos que uno hace suyos. A diario comparto aula con chicas y chicos de 14 ó 18 años «muertos en vida», incapaces de expresar su utopía, el mundo que buscan construir o las metas dispuestos a alcanzar. Estudian ESO o Bachillerato porque sí, por inercia o porque su familia los «obliga». Parecen drogados por el sistema educativo, las redes sociales y la apatía existencial; salen a la calle descomprometidos, sin conciencia de clase y totalmente indiferentes a cualquier lucha por un mundo mejor. Desconocen el valor de la protesta.

La sociedad confía ciegamente en las «futuras generaciones». La juventud cuenta a su favor con el tiempo venidero. Pero, ¿qué decir de quienes mantienen su lucha, su vitalidad y su sabiduría durante toda una vida? Pienso en el sociólogo francés Edgar Morin, quien publicará el 6 de abril su próximo ensayo Lecciones de un siglo de vida. Sigue a pleno rendimiento a punto de cumplir 101 años. Nació en 1921. Pienso también en mi admirada Rosa Regàs, socia de Honor de la Asociación de Descendientes del Exilio Español. Mantiene su agenda de conferencias, como bien pudimos comprobar el pasado viernes 25 de marzo en Favara (València). Compartimos una memorable tarde de diálogo con esta pensadora, editora, escritora, ex directora de la Biblioteca Nacional y abuela de verano que mantiene intacta la protesta, el criterio y la pasión como pocas personas. Regàs es una republicana orgullosa de ser hija de los vencidos. La autora de La canción de Dorotea nació en 1933. Y cuando uno escucha su discurso, su canción, su ejemplo de vida, entiende que el implacable paso del tiempo no siempre merma la pasión por construir un mundo justo, humano, libre. A mí me gustaría trasladar ese ímpetu, esa fuerza de la naturaleza en que deviene Regàs, a buena parte de mi alumnado, de quienes dicen que depende el futuro. Está por ver. Me quedo con el presente de quien se compromete y protesta, como Morin y Regàs. Con sus años, su historia, su mirada a la realidad, su criterio, su narrativa, su discurso. 
Mi columna de hoy se dirige a la juventud, ¿divino tesoro? No olvidéis quiénes somos y qué mundo merecemos. Ignoro si en el futuro encontraremos personas de tan apasionante trayectoria como Edgar Morin o Rosa Regàs. Tampoco sé cómo vivirá cada uno –o padecerá– esa hora de la verdad. Rosa recuerda con frecuencia un proverbio turco: «cuando la casa está acabada entra la muerte». De eso se trata, posiblemente. De darse cuenta de que siempre habrá algo por hacer, por lo que protestar y por lo que luchar. Tomen nota los desapasionados o inapetentes. Sigamos construyendo nuestra casa. Sigamos el ejemplo de Edgar Morin, de Rosa Regàs, de quienes, en la hora de la verdad, siguen habitando el mundo con criterio, protesta, ejemplaridad y aportando luz a tanta oscuridad.

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