Hijos, ¿para qué?
¿Qué tienen en común todas estas personas? Platón, Simone Weil, T. Hobbes, Hannah Arendt, D. Hume, Simone de Beauvoir, I. Kant, E. M. Cioran, F. Nietzsche, J. P. Sartre, B. Spinoza, R. Descartes, A. Schopenhauer, Voltaire… Sí, en efecto, se trata de filósofas y filósofos reputados, quienes, además, compartieron una voluntad común, a saber: librarse de la descendencia. Me sumo a tan noble causa, pues, de no vivir en un mundo mercantilizado y profundamente puritano, la gente apostaría por una existencia sin la carga hipotecaria que supone tener hijas e hijos. El placer asociado a la maternidad-paternidad no deja de ser una espuria ficción útil, antioxidante de conciencias estereotipadas que embadurnan su mísero transitar vital de proyectos utópicos, melosos, ridículos. Planean el futuro de sus criaturas proyectando quimeras, sombras, frustraciones. Los educan inspirados en sus miserias, delirios, ensoñaciones.
«Niños, bienvenidos y buena suerte a todos mientras se abren camino en este mundo podrido que sus padres, quienes los aman mucho, les han dejado. Pasaron tanto tiempo cuidándolos que no tuvieron tiempo de transformalo».
En Francia se conoce a Corinne Mier como «la escritora que odia tener hijos». Daños colaterales de quien escribe con el martillo contra su propia maternidad. La realidad de esta aguerrida atestigua que criar dos hijos le supuso un 1% de felicidad y un 99% de preocupación. Ergo sentenció: «Niños, bienvenidos y buena suerte a todos mientras se abren camino en este mundo podrido que sus padres, quienes los aman mucho, les han dejado. Pasaron tanto tiempo cuidándolos que no tuvieron tiempo de transformalo». ¡Sabias palabras! En el cosmos habitan varias actitudes existenciales: quienes -como los sabios mencionados anteriormente- embellecen el universo expandiendo su energía en mejorarlo y, por el contrario, egoístas que la privatizan para su familia y retoños. ¡Me sumo al primer grupo!
Cioran reconforta: «A un amigo que me consultó acerca de su próximo matrimonio le disuadí: ‘Pero me gustaría al menos dejar mi nombre a alguien, tener descendencia, un hijo…’. ‘¿Un hijo?’ -le dije. ‘¿Y quién te asegura que no será un asesino?’. Desde entonces mi amigo no ha vuelto a dar señales de vida». Tal es el innegable (sin)sentido que sustenta el mito de la familia feliz. Créanme, libérense de inútiles cargas. El planeta, el azar y este amigo suyo se lo agradecerán. Hijas e hijos, ¿para qué?