La nueva normalidad
Se impone una «nueva normalidad» cuando quien esto firma seguía todavía inadaptado a la anterior. La normalidad siempre nos pilla desprevenidos. Más que nada porque uno se habitúa al delirio y acaba sintiéndose a gusto en él. Nadie nos explica, por ahora, si esta ignota realidad supone una ruptura radical con la delirante, esa tan confortable y familiar como nuestra almohada. Es curioso como se acostumbraba uno a entregarse a la falsa realidad, si acaso ya podemos nombrarla así. Hagan memoria de esas mujeres, no sea cosa que se olvide, explotadas en su propio hogar. Eran las más afortunadas, pues otras, recuérdese, acabaron asesinadas, si no maltratadas o violadas. Espero que la «nueva normalidad» eche el cerrojo a maltratadores, tiranos, asesinos y machistas. No les dejen pasar.
Nada se sabe de la clase obrera. Uno supone que será bien recibida en este desconocido nuevo orden mundial. A fin de cuentas, la explotación de las personas muta con mayor inmediatez que la propia realidad. La renta básica universal, que, por cierto, favorece la igualdad entres hombres y mujeres en tanto que dificulta tratarlas como mercancía, iba a subirse al carro de la nueva normalidad. No alcanzo a entender su dificultad para acceder a esta realidad en pañales. Un ente abstracto difícil de identificar dedica toda su industria en impedirle el paso. Llamémosle capitalismo. Una pena ya que nos encantaría acabar con la miseria humana, sea económica o moral. Conviene no bajar la guardia en esta dimensión inexplorada. A ver si se impide el paso a esas empresas privadas que mercadean con las personas. Recuerden también aquella realidad neoliberal con interinos en la docencia, en sanidad, en las instituciones públicas, habituados a contratos desechables. Acuérdense de los mileuristas. Esta palabra moría en espacio de poco tiempo. Se desgastó cuando cobrar mil euros se convertía en el sueño imposible de muchos. Toda normalidad abriga eufemismos, es decir, ansiolíticos conceptuales.
Una nueva organización imperativa, ¡tiene bemoles! No da pie a refugiarse en la anterior o incluso en otra dimensión paralela. Uno debería saber a qué atenerse si firma un contrato que se presume indefinido. Así que te lo firman, mejor dicho. La normalidad te impone su rúbrica. No puedes meterte en la cama hasta que llegue una más apetecible, por ejemplo. La nueva realidad debería contar con banda ancha. Oprimir e imponer menos, dejar paso a una realidad poética, filosófica o perruna. Asimismo debería popularizar la normalidad. No quiero una existencia pletórica, ni heróica, ni millonaria. Anhelo ser un tipo normal habitando un mundo normal. Sigo así cierta lógica en el transitar vital, en tanto que mi madre es normal, como mis sobrinos o mi cuenta bancaria, demasiado normal, diríase. Tal es mi sueño, fundirme con la normalidad. Siento miedo ante este orden insondable. Es el único puente entre una y otra normalidad, a saber: ¡el miedo!