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Herencias

Hoy escribo sobre herencias, cuestión en boga. Sepan que 600.000 ancianos se sintieron abandonados durante el confinamiento, motivo por el cual piensan desheredar a su tribu. Sólo les corresponde el tercio 

«legítimo»  y en su conciencia llevarán que sus progenitores o abuelos no les dejarían ni un mísero céntimo. Desheredar como acto de justicia poética, en fin. Ahora bien, cabría plantearse si entre tanta senectud olvidada en el geriátrico alguno sufre un destierro emocional ganado a pulso. La familia es una institución patriarcal opresora plagada de tiranos disfrazados de padres y madres, chantajistas emocionales de manual o psicópatas obsesivos con sus vástagos. 

El análisis materialista de la realidad aporta un curioso dato empírico: de cada 100 procesos iniciados sólo culminan 18. Más que desheredar materialmente, la cosa se restringe a lo emocional y afectivo. Esos abuelos morirán rencorosos, frustrados, avergonzados de la actitud de quien fuera «sangre de su sangre». ¿Por qué incumplieron su noble propósito estos viejitos abandonados a su suerte? Entra en escena la imaginación, la literatura, ¡la filosofía! Cada voluntad de desheredar refugia una novela de terror nunca publicada. Quizá pese demasiado la mala conciencia: «Malnacidos, sí, pero son mis malnacidos». ¿Será una retirada motivada por el afán capitalista?: «¿A quién legar mis bienes materiales?». O a saber si se trata del espíritu anarquista: «Antes mi familia putrefacta que el perverso Estado».  Un caso real si bien podría tratarse de una novela de suspense: unos hijos se enteraron de la muerte de su padre nueve meses después del deceso, momento en el que pusieron toda su industria en gestionar la parte de su herencia legítima. En verdad fueron gente coherente. Dedicaron idéntica energía tanto en abandonar a su padre como en recibir las migajas pertinentes. 

En un futuro dedicaré otra columna a las herencias. O una novela, a saber. En este caso lo haré como hijo sin herencia, que no desheredado. Mi familia no tiene donde caerse muerta. Podría decir poéticamente que recibí amor, estudios y cursilerías de esa índole. Prefiero recibir una fortuna y dedicarme a holgazanear. Como buen marxista, cultivaría una vida austera de lucha contra el Capital. Ahora resulta difícil (aunque se intenta)  pues la energía se dirige hacia un mugriento instituto de Secundaria repleto de hormonas.  Por si acaso, que nadie espere herencia material mía. Donde las dan, las toman.

https://www.levante-emv.com/opinion/2020/08/20/herencias/2043569.html

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