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Feminismo de trinchera

Evado el debate de si los hombres pueden ser o no feministas. Más que nada porque el sujeto político del feminismo es la mujer y creo que estas disquisiciones carecen de relevancia para quienes, feministas, aliados o cómplices, tenemos claro nuestro papel en el aula y la sociedad. La lucha contra el patriarcado y el capitalismo impregna la vida diaria de mis clases, por eso, desde 1º a 4º ESO, los Valores Éticos que imparto se resumen en la reivindicación de la abolición de la propiedad privada, la abolición de la familia, la abolición de la pornografía, la abolición de la prostitución, la abolición de los vientres de alquiler y la abolición del género –así como de ese fantasma que recorre Europa de nombre identidad de género. Abogo por la abolición del sistema educativo, proclama que ya conocen mis lectoras. 

Si bien decía que el sujeto político del feminismo son las mujeres, entiendo que cualquier hombre debería tomar conciencia de su lucha y sumarse aunque fuere discretamente. Entre los varones destaca la ignominia y la pusilanimidad moral. En la causa feminista encontramos: a) que los hombres suelen situarse en un plano de indiferencia, crítica o machaque; b) prefieren no-hacer, una suerte de sabotaje a resultas de la inacción, el silencio cómplice o la indiferencia de quien contempla una lucha por la igualdad entre hombres y mujeres sintiéndola como cosa ajena. A la primera corriente nos referiremos con el nombre de «negacionistas»; a la segunda  –muy propia de los docentes– «manadas sigilosas». A los negacionistas se les detecta por su incontinencia verbal, de modo que basta con poner la oreja o las redes sociales para combatirlos y desarticular su discurso machista, misógino y violento. Las manadas sigilosas preocupan mucho por su camuflaje ético. Se trata de una plaga que infecta de patriarcado neoliberal diversas esferas de la vida, como la administración, las instituciones, los medios de comunicación o los centros educativos. Pasan desapercibidos porque, a los ojos de la vecindad, se trata de «gente corriente» o «personas normales». Nada más temeroso que alguien de quien se diga que es «normal». Quienes me siguen saben también de mi cruzada contra la gente normal, pues detrás suya encontramos psicópatas, explotadores, violadores, pederastas, puteros, maltratadores y largo etcétera.
Toda esta monserga viene a cuento de la necesidad de reivindicar la coeducación en el aula. Ahí habita mucha manada sigilosa, hombres que cobran su suculenta nómina a cambio de no mover un dedo por la igualdad entre ellas y nosotros. Señoros complacidos de su profesión, de su próstata y de su vida pero incapaces de aportar unas migajas de feminismo a los centros educativos. No les pido que se conviertan en Lidia Falcón o Aleksandra Kolontái, sólo que construyan un mundo igualitario sin violencias contra las mujeres. En el feminismo combatimos desde la trinchera. En el aula, el supermercado o la prensa. Aquí hay varones muy sesudos  –publican libros, o disponen de despacho institucional, o imparten clase a jóvenes– pero jamás se comprometen con la igualdad, a lo sumo agradecen el amor de su esposa, madre o vecina. Y creen que eso es igualdad cuando recibe el nombre de mediocridad. La trinchera se encuentra en los centros educativos. El feminismo es pura trinchera.

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