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¿Educar sin coeducación?

Un grupo de chicos menores de edad –algunos inimputables– difundieron desnudos de sus compañeras de instituto creados con inteligencia artificial. El curso en Almendralejo (Badajoz) arranca movido por el Patriarcado; las víctimas, niñas inocentes, sufren la violencia de sus victimarios, compañeros de instituto pero no de vida. La violencia estructural se caracteriza por su adaptabilidad a una realidad social machista normalizada, de manera que, ante nuevas formas de interacción comunitaria, novedosas violencias contra las mujeres. Quiere decirse que el móvil, las redes sociales y la inteligencia artificial devienen legítimas herederas de un Patriarcado consentido, pues, aunque podamos darle un uso ético, feminista y responsable a grandes logros humanos, la mente patriarcal se las ingenia para reinventar el sometimiento, la misoginia y la discrimación sobre «el segundo sexo».

Siempre que se mediatiza interesadamente la violencia patriarcal –las mujeres afganas siguen abandonadas por los medios y por el selecto club de la Unión Europea– uno se preocupa por la forma en que se informa y sensibiliza a la sociedad –al alumnado, en este caso– para prevenir actitudes violentas como la de estos menores hijos del Patriarcado. Algunos institutos de Secundaria se apresuran en advertir sobre los peligros del mundo virtual y las consecuencias penales de difundir pornografía infantil, centrándose en lo punitivo, el miedo, la amenaza. A mí me gustaría que ejercieran la CoEducación, no sólo porque así lo exige la legislación, sino también para que nuestros chicos comprendan la violencia estructural patriarcal normalizada en su cabeza por el consumo de la pornografía, la cosificación de las mujeres, la invisibilización de aquellos varones que las explotan sexualmente; en definitiva, darles herramientas que les permitan ver los mecanismos patriarcales que legitiman la violencia machista. Los jóvenes necesitan interpretar la realidad patriarcal con una perspectiva feminista, una herramienta tan necesaria como urgente que posibilita única y exclusivamente la CoEducación. Quiere decirse que a los 8, 12 ó 14 años uno es hijo del Patriarcado y víctima –sin victimismos– de esa violencia machista aprendida como varones a través de la socialización de la identidad masculina. Y en nosotras, las personas docentes, recae el inexorable deber profesional y humano de «despatriarcalizar» la mente y la forma de entender el mundo de esos chicos machistas herederos de una cultura sexista, misógina y homofóbica que posibilita la construcción de su identidad violenta. El aula es la trinchera desde la que se puede construir un mundo en igualdad entre hombres y mujeres: «Este centro es un espacio libre de Patriarcado» debería ser un rótulo obligatorio en la puerta de cada colegio o instituto.

Me temo que el caso de los falsos desnudos en Almendralejo no es más que la antesala de otra forma de violencia contra las mujeres, ahora patrocinada por la Inteligencia Artificial, la cual, como resultado de la inteligencia natural humana, reproduce su estructura patriarcal –por lo que vemos– con una fidelidad impecable. Así que mi propuesta, más que amedrentar con el peso de la ley, de la amenaza o el temor, anima a comprender los mecanismos patriarcales que atraviesan a nuestros chicos y a una sociedad machista; debemos hacerles comprender que el feminismo libera, humaniza y dignifica. Convirtamos el «Nada humano me es ajeno» de Publio Terencio Africano en «Nada feminista me es ajeno». ¡No es posible educar sin CoEducación! Lograríamos de una vez por todas decir esto de #Seacabó. El aula como trinchera tiene más de María Jiménez que de currículos educativos patriarcales.

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