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La escuela como fábrica

El abandono escolar antes de terminar la enseñanza obligatoria es del 27%, el doble de la media europea. Nuestro alumnado de Secundaria tiene 180 horas más de clase en un curso que en el resto de países europeos. Podemos asegurar, pues, que el «presentismo» no conduce a un proyecto ilustrado ni logra mayores conocimientos, algo ya sabido aunque no asumido por parte de familias y docentes, quienes consideran que, a más horas de instituto, mejores resultados. El capitalismo mercantiliza las aulas, todo un éxito por su parte y una desgracia para la nuestra. El profesorado ya ficha en su instituto –jamás el capitán confió en sus obreros– y se pasa lista a toda hora, por si algún reo se diera a la fuga. La escuela es un híbrido entre cárcel y fábrica. Con todo, lo peor es que alguna gente se sienta agusto en esos cuchitriles deshumanizados. Su función de vergudos, que no de docentes, es vigilar y domesticar: al alumnado y al profesorado. ¿No hay alternativa? Sueño con una escuela-comuna sin dirección ni patrón, una suerte de escuela libertaria o anarquista. La educación ha sido secuestrada por el capitalismo, por la Administración y su violenta burocracia, por la pedagogía new age, la cultura de la cancelación o el delirio queer. La democracia murió en las reuniones y en los claustros, ¿o alguien decide algo más allá de quienes ostentan el poder, raramente de manera legítima? ¡Ah! ¡Siempre manda quien mejor obedece!

Los institutos de Secundaria devienen fábrica alienante. El alumnado sufre largas jornadas –algunos días de 8 a 15 horas, con ridículos y cicateros descansos–, un sinfín de asignaturas a cual más soporífera, tareas para casa –profundamente discriminatorias– y unas normas esclavizantes que difícilmente encontraríamos en muchas empresas que cuidan a la clase trabajadora. El profesorado padece unas condiciones materiales precarias, difícilmente inteligibles para quien ignora el sentido más radical del precioso oficio de «educar». Un término, por cierto, devaluado. La mercantilización de la escuela merma la calidad de vida de docentes y alumnado por igual. Cuando el docente es una simple pieza de la maquinaria del capital educativo pierde el alumnado, la sociedad y las familias. Con todo, éstas últimas dan mayor valor a la función de guardia y custodia de sus hijos e hijas, así que, mientras permanezcan bien encerrados en la fábrica escolar, su grado de satisfacción será, cuanto menos, aceptable. El mayor logro de la escuela mercantilizada radica en domesticar a la juventud para convertirla en dócil, conformista, zombie; asusta convivir con adolescentes que se resignan a su condición humana precaria –precariedad mental, moral, psicológica, laboral. Peor todavía es convivir –sobrevivir– a equipos docentes indiferentes a proponer alternativas a la precarización de la vida, de la escuela y de las condiciones materiales de trabajo.

Me planteo qué tipo de referente puede ser un docente que obedece por sistema al sistema menos humano y menos ético del planeta: el capital. ¿Se puede aprender de alguien a quien no se admira? Permitan que lo ponga en cuestión. ¿Cómo preparar al alumnado para la vida si la tuya es una mera prolongación autómata de las decisiones que otros toman por ti? ¿Cómo aprender autonomía, crítica y democracia si el instituto de Secundaria prohíbe cualquier atisbo de libertad? Los datos de este inicio de curso plasman aquello que algunos sabemos y la mayoría ocultan: la escuela es una fábrica. Como tal preparará muy bien a su alumnado: para explotar o ser explotados, según su clase social. Yo no creo en esta escuela como fábrica. Y me gustaría que alguien más alzara su voz. ¡O que me concedan el cargo de Ministro de Educación!

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