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Eterna Alborch

El feminismo debería ser patrimonio inmaterial de la humanidad, dijo Carmen Alborch cuando recibía la Alta Distinción de la Generalitat Valenciana. Una reivindicación importante, más todavía si la profiere alguien que ya es historia del movimiento feminista. Todo reconocimiento tiene un valor en sí y otro simbólico, a saber: revitalizar la ejemplaridad pública, el testimonio de mujeres que, como Carmen, han sido «espíritu de lucha por la igualdad de género». La maestra Amelia Valcárcel recuerda a menudo que el feminismo es el único movimiento social y político sin una sola víctima en su larga lucha.  Cambiar el mundo de rumbo, sí, pero desde el pacifismo y el entusiasmo. Alborch, ya sea como escritora, política, ex ministra, socia de honor de la Asociación Clásicas y Modernas o tantas otras cosas –siempre buenas y necesarias–  destaca no sólo por ser «la primera en todo», sino también porque, desde una hermenéutica retrospectiva, la suya es una trayectoria encomiable. En esta época de «posverdad»,  tuit y másteres de baratillo, se hace necesaria la reivindicación de referentes tenaces, trabajadores y comprometidos con la cosa pública. 

«Recordar es construir», otra idea de Alborch digna de ocupar un lugar privilegiado en colegios, institutos, asociaciones y cada institución pública. La Alta Distinción debería servirnos para ordenar esos recuerdos ligados a la extensa e intensa carrera de Carmen, no desde la añoranza nostálgica, sino como empuje para la construcción de un conocimiento feminista necesario, urgente, intergeneracional. A punto de cumplir 71 años el próximo 31 de octubre, su testimonio deviene toda una resignificación del lenguaje, los valores feministas y democráticos, las ideas, las causas justas… Si esto hay que recordarlo desde la estima y la gratitud, ¿qué mejor forma de hacerlo que reivindicándola como un referente existencial de primer orden? Las medallas y los premios nunca deben ser una suerte de jubilación –en ocasiones resuena de trasfondo un frío «gracias por sus servicios»– sino el acicate para reivindicar testimonios sabios, cargados de discursos, caminos, proyectos y legados. A veces se reclama juventud en la política y los cargos públicos. No estoy de acuerdo con esta absurda apología de la nubilidad. Prefiero trazar puentes, aprender con y desde la experiencia de mujeres como Carmen Alborch. Y que sigan a la palestra de la política porque hoy, justo ahora, son más necesarias que nunca.

Carmen Alborch, símbolo de un tiempo sin fecha de caducidad, de un estilo de vida perenne, de un compromiso auténtico, sin falsedades ni medias tintas, en el que la alegría es la mejor forma de resistencia.  

La autora de La ciudad y la vida destacó en su discurso «dos palabras imprescindibles en nuestro vocabulario: la lucha y la esperanza». Así es su testimonio vital –luchador, esperanzador, también apasionado– en un mundo necesitado de protesta y esperanza, falto de pasión y políticas apasionadas. Un mundo escaso de referentes como Carmen Alborch, símbolo de un tiempo sin fecha de caducidad, de un estilo de vida perenne, de un compromiso auténtico, sin falsedades ni medias tintas, en el que la alegría es la mejor forma de resistencia. Un futuro esperanzador que no desea solo quien esto firma, sino la legión de gente y amigas que aman profundamente el universo de nuestra eterna Carmen Alborch. 

Publicada en Levante EMV

https://www.levante-emv.com/opinion/2018/10/10/eterna-alborch/1779266.html

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