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El/la turista precario/a

Los apartamentos turísticos se dividen en dos clases: a) precios de alquiler prohibitivos, pero reformados y confortables, entiéndase libres de moho y cucarachas; b) carísimos, aunque mugrientos, viejunos y diminutos. Opté por corromper mi espíritu decrecentista, así que pernocté durante una semana en uno muy costoso, en primera línea de playa, con aire acondicionado y una terraza de considerable tamaño. Solidariamente lo pagamos entre una amiga y yo. Podríamos veranear en Cullera u otro lugar, el destino nada aporta en este caso, pero, como ella es una refugiada turística de Ayuso huyendo del Madrid inquisidor e irrespirable, y yo un vecino aséptico de Sueca, nos escondemos en el pisito con el único fin de compartir confidencias crepusculares y poco más. Cullera es cómoda porque la conozco como la palma de mi mano. Cada día se parece más al Madrid hostil de Ayuso. Así que decidimos disfrutar de un espacio amplio, luminoso, fresco y con unas vistas excepcionales.

La pregunta sociológica es: ¿Cuánto dinero invierte en una ciudad turística como Cullera el turista medio? Sacaré públicamente las cuentas. El primer día gastamos 76 euros en un centro comercial para abastecernos de alimentos: salmorejo, queso fresco, pan de molde, un montón de yogures, café, leche y toda clase de productos muy básicos, sencillos como el turismo anhelado. Esta fue la única compra de la semana. Luego yo desayunaba cada día en una cafetería a razón de 3,20 euros el café con leche y tostada con tomate. En una administración de lotería de la calle Caminàs compraba El País y Levante-EMV. Adquirir La Vanguardia era misión imposible. No deja de ser curioso que en el epicentro del Medusa resulte más fácil agenciar anfetaminas que un periódico catalán. Puede decirse, por tanto, que dejamos 22,40 euros en hostelería y 28,80 euros en la prensa semanal. De modo que generamos una riqueza de 51,20 euros en los comercios. Sospecho que este tipo de turismo no altera ni beneficia la economía del Estado, pero, ¿acaso se puede invertir dinero en una playa que solo ofrece chiringuito, fritanga y sudorosos festivales? Temo que nuestro modus operandi estival abarca el proceder de miles de familias y grupos de amistades que buscan un turismo económico en los gastos diarios. Nuestra peculiaridad como inquilinos en el edificio Pato Salvaje –nombre verídico por inverosímil que pareciera– es que huimos del mogollón, del hacinamiento en la playa y de los ruidosos e insoportables chiringuitos. Uno de ellos, a escasos metros de la vivienda, nos arruinó el descanso nocturno por su música a todo volumen y el estruendo de la juventud que allí vociferaba hasta las cuatro de la madrugada. A las seis, puntualmente, las máquinas de la limpieza. Y a las 10, por seguir la lógica ruidosa, charangas varias.

Tengo claro que el turismo de Cullera, Gandía o Benidorm se caracteriza por una fuerte inversión económica en apartamentos de rango cutre y una austeridad cotidiana sin parangón. El/la veraneante gasta unos euritos en un cubata, el heladito después de cenar en casa o una fritanga semanal para toda la familia en cualquiera de esos bares aceitosos que pagan miseria a la gente trabajadora. El/la turista precario/a traga de todo.

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