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José Montoya, in memoriam

El mismo día en que Levante-EMV publicó mi artículo «El mercado de la universidad» fallecía José Montoya Sáenz, catedrático emérito de Filosofía Moral en la Universitat de València. He sido alumno del profesor Montoya y justo él, como otros y otras de su tiempo, lograron convertir la Facultad de Filosofía de València en un lugar habitable henchido de sabiduría, análisis y crítica de la realidad. Fueron años inolvidables de estudio que sentaron una base en la trayectoria personal y académica de varias generaciones. Cada uno/a con su proyecto de vida, pero, siempre, cuestionando nuestras ideas. Del profesor Montoya destacaría, a título personal, su pasión por la literatura anglosajona. Solía citar pasajes de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, autor muy presente en unas lecciones, las suyas, híbridas entre la ética y la literatura. De él aprendí a rastrear la filosofía en la novela.

José Montoya encarnaba eso que se conoce como profesor «magistral». Nos deleitaba en clase con su oratoria, su fina ironía y ese punto de lord inglés que desprendía física y mentalmente. No respondía a correos electrónicos y mostraba poco interés por aprender nada relacionado con la tecnología. La mayoría de sus apuntes, que todavía conservo, estaban escritos a mano. Los más «modernos» con máquina de escribir. La suya era una caligrafía perfectísima, claramente legible, cuidada en extremo. Confesaba sin mayor preocupación su nulo interés en digitalizarse, como a tantos nos ha exigido el capitalismo de la vigilancia, algo que siempre consideré un gesto aguerrido por su educación a contracorriente y antiburocrática. Era poco amigo de la administración, supongo, quién sabe, por el repelús que sentía hacia los ordenadores. Hoy anda en boga la «desconexión digital», gente hastiada de las tecnologías, si bien, el auténtico desconectado digitalmente fue el profesor Montoya, quien supo enseñarnos a pensar, escribir y leer sin grandes metodologías, pretensiones ni recursos digitales.

Aprobé las oposiciones por chiripa, pero, sobre todo, gracias, sin pretenderlo, a la avanzadilla intelectual del inolvidable Montoya. Traducía por su cuenta pasajes de los libros de una tal Martha Nussbaum, filósofa estadounidense especializada en filosofía antigua, la que tanto amó y estudió él también. Todavía no se había traducido ni un solo libro suyo al castellano. La citaba muy frecuentemente como autora de referencia en Estados Unidos. Años después las editoriales la traducirían al castellano. En 2012 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. En la oposición aprobé con un texto de Nussbaum. Muchos de mis compañeros/as confesaban que desconocían a la filósofa. Yo, realmente, accedí a su obra por la incorporación de su pensamiento en el temario de «Corrientes actuales de la ética», impartida por el profesor Montoya.

En mi casa conservo una estantería dedicada a José Montoya. En un momento de su vida contactó conmigo, a través de su hijo, para regalarme algunos libros de los que quería desprenderse por cuestión de espacio. Me dejó elegirlos, muchos. Así que decidí ubicarlos todos juntos en una estantería en su recuerdo. No quise separarlos para recordar siempre su origen. Igual que recordaré siempre la generosidad, bonhomía y sapiencia de mi querido profesor José Montoya Sáenz. Mi gratitud es la de muchas generaciones. Descanse en paz.

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