Cápsulas
Pernoctar deviene un reto para el común de los mortales. En Barcelona, Madrid o València. Un anticapitalista como yo, decrecentista a rabiar, paga alrededor de cien euros la noche por dormir en una habitación propia. Nunca busco exquisiteces, me basta un espacio libre de moho y piojos. Me hospedo por cuestiones laborales y, como tanta gente, soy víctima de la turistificación. No hago fotos ni visito catedrales, quiero dormir a un precio razonable en los lugares en que imparto conferencias. Descubro a alguna gente alquilando cápsulas, cajas de madera para dormir por 26 euros la noche. Los hoteles cápsula te ofrecen una especie de féretro –las reseñas de usuarios/as aseguran que confortables– en el que descansas a un precio módico. Profesorado universitario, estudiantado y mochileros pernoctan en esas cápsulas dobles o individuales. En recepción te atienden con amabilidad y el alojamiento incluye desayuno, baño compartido e instalaciones limpias. O eso aseguran las opiniones experimentadas.
Todo esto lo sé de oídas pues uno se resiste a experimentar una noche en esas cápsulas inspiradas en hoteles de Tokio. Amigo del anticapitalismo, sí, pero más de la dignidad. Terminada la jornada laboral uno aspira a tumbarse en el sofá y relajarse. Convendrán conmigo que no parece excesiva aspiración. La cápsula permite dormir, poco más. Trabajar arduamente y a continuación acostarse en la cama, tal parece el propósito de esta sociedad del cansancio tan bien reflejada por Byung-Chul Han. Un cansancio existencial que nos conduce a refugiarnos en el colchón en vez de tomar la calle. Tal es la extenuación social –el precariado, clase social que sufrimos la precariedad laboral– que nos basta con un símil de caja mortuoria en la que acostarse. Hubo un tiempo en que uno/a reclamaba un pisito, un refugio, una habitación propia o un mero cuchitril. Hoy se comparten habitaciones, sofás. balcones o cápsulas. Pedir un lugar digno en el que vivir o dormir deviene un lujo inalcanzable para la mayoría de la ciudadanía. Y esto para quienes disfrutamos de un trabajo medianamente digno; inmigrantes, mujeres vulnerables, trabajadores/as explotados/as, esos renuncian a comer sopa para sobrevivir en habitaciones mugrientas. Todo un despropósito, otro indicador de que la nuestra es una comunidad regida por el capital y no por el bienestar de las personas. No importa el hogar, ni el vecindario, ni los barrios. Hasta los hoteles y hostales perdieron su esencia. Todo se ha «uberizado». También el alma.
Ahora la cosa va de cápsulas. ¿Qué será lo siguiente? Con el propósito de bajar un escalón en mi miseria existencial, me hospedaré en una de esas cajas de madera con el fin de indagar las entrañas de un lugar, en principio, inhóspito. No encuentro mejor manera de escribir con propiedad de lo que, según parece, se ofrece como alternativa a otra estrategia capitalista para precarizar la vida. El asunto va de empequeñecer la felicidad, la empatía, la dignidad humana y la convivencia. La vida en formato cápsulas.
https://www.levante-emv.com/opinion/2025/01/21/capsulas-113566449.html