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Edadismo

Las palabras importan. Le debemos a Robert Butler el término «edadismo», referido a los estereotipos y prejuicios existentes en relación a la edad. La discrimininación hacia las personas viejas suele pasar desapercibida a la sociedad ya que es mucho más sútil que otras –como podría ser la orientación sexual– y, por lo que parece, también a las instituciones, sindicatos o a la propia ciudadanía. Recuerdo un curso en el que tenía una guardia a las ocho de la mañana y cada semana llegaba 5 ó 6 minutos tarde la misma compañera, siempre apurada, un tanto avergonzada y sudada por la carrera matutina para llegar cuanto antes y empezar su clase. Un día le pregunté por el motivo reiterado de sus retrasos. Colorada y medio tartamudeando, respondía que su madre tenía 90 años y estaba bien de salud, pero todas las mañanas debía ayudarla a levantarse y dejarle el desayuno preparado:  «La despierto temprano pero su ritmo es lento y me entretiene mucho dejarla preparada en su casa». Ese día le dije que no se preocupara y que yo atendería a sus chavales mientras llegase.

Las leyes garantizan –y tampoco en exceso– los cuidados a las criaturas, más todavía recién nacidas. También a las mujeres que las paren, porque, como sabrán, el sexo biológico existe y parece que los varones nunca engendramos, una perogrullada que a veces conviene recordar ante una postmodernidad que confunde sexo con género. Los padres, quienes raramente ejercen la paternidad, han pervertido el permiso convirtiéndolo en el privilegio de tomarse unas cañas extra. La sociedad entiende que un o una menor de edad necesita muchos y constantes cuidados, pero, ¿piensa igual en el caso de las personas senectas? Las residencias de ancianos proliferan en una sociedad capitalista que excluye de los cuidados a los cuerpos viejos porque resultan inservibles, improductivos, obsoletos en una lógica mercantilista, nada que ver con la infancia, potenciales consumidores/as y futura mano de obra para el capital. Las personas viejas tienen derecho a pasar los últimos años de su vida en su hogar y para tal fin necesitamos políticas públicas que faciliten esos cuidados. Pero también un giro de mentalidad que rompa con el prejuicio edadista y combata la discriminación por razón de edad. Mi compañera necesitaba un horario de trabajo acorde a esa pequeña dificultad que sufría. Bastaría, en su caso, con entrar al instituto de Secundaria a partir de las 9 horas. Una medida sencilla, nada costosa, que le ahorraría sufrimiento a la cuidadora y mayor calidad de atención para la anciana vulnerable, a quien, supongo, atendería a toda prisa y como buenamente pudiera su hija. 

Ahora que estrenamos año, no estaría mal reivindicar una sociedad y unas políticas públicas anti-edadistas, capaces de cuidar, respetar y atender a quienes nos cuidaron. Porque, precisamente, esos viejos y sobre todo viejas, dedicaron mucho tiempo de su vida a nosotras y nosotros. Nos limpiaron el culo, nos alimentaron, invirtieron dinero, años y energía en convertirnos en adultos/as más o menos apañados. Renunciaron a mucho a cambio de nada. Y el Estado, la sociedad y las instituciones les dan a cambio un «gracias por sus servicios» abandonándolos en residencias. Paremos la lacra edadista y facilitemos el trabajo a las cuidadoras/es. Feliz Año Nuevo. 

https://www.levante-emv.com/opinion/2025/01/06/edadismo-113138784.html


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