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Niñas hipersexualizadas

Pensé titular este artículo «Infancia hipersexualizada». Esto suponía difuminar una realidad construida por el género, pues, a quien realmente se hipersexualiza es a las niñas y no a los niños. El sexo existe y el cuerpo de cada niña supone convertirse «en un libro atravesado por las reglas del patriarcado», como bien recuerda la filósofa Celia Amorós. En la misma línea, Amelia Valcárcel acuña el concepto «ley del agrado» entendiéndolo como un imperativo hacia toda mujer en la medida que «el sexo femenino tiene desde antiguo el deber de agradar». En toda sociedad patriarcal la educación femenina difiere de la masculina. Solo una escuela coeducativa puede combatir esta violencia implícita al género. Hoy se da más relevancia a debatir si el menú escolar será vegano o no será. Se sexualiza a las niñas desde sus primeros años de vida, a través de canciones, bailes, disfraces, juguetes, relatos, moda, la tiranía de la belleza o también de la mirada de hombres que cosifican y sexualizan los cuerpos de criaturas de 10 ó 12 años.

El género es violencia: marca, señala, encorseta, dictamina, impone y coarta el desarrollo psicológico, moral, social y político de niñas y niños. Pregúntenle a S., una alumna de 4º ESO objetora de la depilación y que, cuando colgó en Instagram una foto suya en bañador, recibió cientos de insultos. Pregúntenle a P., un chico de 3º ESO que viste con ropa etiquetada por el género y la sociedad como «femenina» y recibe insultos a diario en su instituto. Sufren en sus carnes la violencia que supone el insulto, la burla, el estigma pero también el apartheid social. Resulta muy cruel que tus iguales te aparten porque no cumples las imposiciones de género. En ese sentido, familias, escuela y sociedad perpetúan la ley del agrado en las niñas para su encaje en una sociedad patriarcal que las necesita sumisas, sexualizadas y sin autoestima. Abundan mecanismos hipersexualizadores de diverso calado: las redes sociales y la pornografía representan nuevas formas de «putificación» de las niñas. Ambos comparten la mirada complaciente de los adultos y la dificultad de estos para detectar la violencia contra las niñas que ejercen redes sociales como Tik Tok o Instagram, espacios de reproducción de mensajes, discursos e imágenes hipersexualizadas. La pornografía, a su vez, reproduce violencia sexual contra niñas, chicas jóvenes y mujeres, ofreciendo un imaginario que legitima el sexo con menores de edad, blanqueando la pederastia en espacios exclusivos de hombres como es el caso de la manosfera. Los niños consumen pornografía a partir de los 10 años y normalizan y reproducen la violencia sexual hacia sus compañeras. El porno les roba la infancia.

Familia, escuela y sociedad deberían velar por los derechos de la infancia. El más elemental, a mi juicio, es dejar que las niñas –y los niños– puedan serlo, disfrutarla. El propósito de recuperar la infancia robada a nuestras criaturas bien merece un cambio de actitud por parte de la ciudadanía, posicionándose en contra de cualquier forma de violencia contra las niñas y niños aunque suponga señalar, perseguir y combatir industrias legitimadas socialmente. Ganaremos en humanidad, libertad e igualdad entre hombres y mujeres. No es mal propósito, ¿verdad?


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