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Otro verano sin canción

El sentido del mundo se sostiene sobre algunas verdades fundamentales como la finitud y mortalidad del ser humano, el amor y las canciones de verano. El horizonte existencial necesita referencias, ritos, una fundamentación que justifique nuestra razón de ser. Uno recuerda el verano de 1993 por «La Macarena» de Los del Río. El «Tractor amarillo» marcaba el año anterior y reconduces tu ser y la nada a tiempos lejanos como 1978 gracias a Raffaella Carrà y su «Hay que venir al sur». En 1971 y 1973 premian las canciones del verano de Helena Bianco y Los Mismos, con quien celebraremos sus «60 años con música» el próximo viernes 4 de octubre en el Teatro Flumen de València. Toda una superviviente del ayer, del hoy y de siempre. El caso es, como decía, que la canción del verano te permite situarte en el universo. Su extinción ha conducido a un malestar de la cultura, a una muerte de dios, más que nietzscheana, en versión Georgie Dann.

Estas meditaciones brotan de la insoportable levedad del ser insomne. Uno duerme a pata suelta, aunque, en la trágica semana turística en Cullera, padecimos la violencia musical y jovial –entiéndase de quinceañeros a cuarentones, o sea, la nueva adolescencia– de un estruendoso chiringuito que «amenizaba» la velada nocturna hasta las cuatro de la madrugada. Cerraba la persiana con extrema puntualidad, todo sea dicho, si bien el vocerío del turismo borrachuzo propio de estos antros añadía treinta minutos de contaminación acústica, la suficiente para desplazarse del Kai Lio a su cama –doy fe de que el local hacía honor a su nombre y había lío. En la reseña del apartamento dejé constancia de este drama filosófico, idóneo a no ser que tengas por costumbre dormir por la noche. Después de largas madrugadas martilleado por la música del chiringuito, desconozco cuál ha sido la canción del verano. Vendría bien como recompensa, una suerte de trabajo de campo espontáneo reconciliador con la historia musical estival.

Ya no hay canción ni amor de verano. El devastador turismo –renacido en turistificación– extermina la vecindad, la tertulia nocturna, el cortejo estival entre adolescentes, la pandilla de amigotes, las primeras travesuras, el espíritu de Chanquete… Hubo un tiempo de verano azul, dicho sin nostalgia. Significa que había una estación con sentido, descanso, desconexión y aventuras. Marcaba época, había alma. Hoy todo se ha teñido de negro: el darwinismo económico profesado desde las concejalías de turismo de zonas costeras como Cullera asolan el sentido del tiempo, el decrecimiento, la vida misma y aquella época en que todas y todos teníamos nuestra propia canción de verano.

https://www.levante-emv.com/opinion/2024/08/30/verano-cancion-107518544.html

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